colores transparentes

Monday, April 30, 2007

Pensamientos con las manos tiesas

Camino por Valparaíso y llevo realizando esa acción durante un buen rato. El frío me esta matando lentamente, ya que como buena estúpida que soy llevo puesta sólo una polera y mi consuetudinaria falda negra con sus respectivos pantalones. Cinco horas antes, cuando salí de mi casa, el sol calentaba espléndidamente. Pero el tiempo no pasa en vano y ya son las nueve de la noche de un sábado en que la mayoría de los porteños ha decidido quedarse en sus casas. Las calles están desiertas, ¿será por el frío?

Mis extremidades inferiores realizan su trabajo por la avenida Condell. Todavía me falta un rato por andar, pienso, mientras agito mis manos, las cuales están casi azules, producto de un problema congénito en los huesos que me hace totalmente vulnerable a las bajas temperaturas. Entre más trato de moverlas, más me duelen. Todo ya está oscuro y me pregunto qué paso con el mundo y por qué yo soy la única que está en la calle.

En mi solitario trayecto veo a dos niños, de no más de 10 años completamente solos y que están hipnotizados por los modernos teléfonos celulares que se encuentran en la vitrina de una tienda que obviamente ya está cerrada. De todos los colores y con las funciones más espectaculares, uno a uno alineados están a la espera que alguien se tiente y los meta en su cartera o bolsillo. Los niños comentan extasiados cuál es su favorito y yo pienso que les entregaría gustosa mi celular a cambio de que me prestaran un par de guantes, si es que tuvieran.

Camino un par de pasos y pienso que jamás quise un celular en toda mi corta vida, y aunque tengo uno, nunca lo pedí. Simplemente llego, como tantas otras cosas que jamás desee y sin embargo poseo. Recuerdo que el primer celular que vi fue uno que tenía mi papá, pesaba una tonelada, ya que el auricular (que era un verdadero zapato) estaba conectado a una batería que era del porte de una cartera e incluso venía con un bolso especialmente diseñado para transportarlo. Para todos, ese celular era la puerta de entrada a un mundo tecnológico que para muchos chilenos era desconocido.

Para mi, era otra de los artefactos raros que mi papá se compraba y que no te dejaba ni siquiera mirarlos ya que habían costado una fortuna y lo hacían ser (o parecer) un verdadero empresario en potencia.

Cuando ya todas mis compañeras del colegio tenían un celular, yo no. Y no me interesaba. Un día, cuando me encontraba ad portas de emprender mi último año de tortura colegial, mi papá me regalo un celular. Con la típica pantalla verde, su juego de la víbora se transformó en una adicción. Igualmente no le daba mucha importancia. Todo el mundo me decía que el equipo que yo tenía era uno de los peores de la marca Nokia, pero a mi me daba lo mismo, total, ni siquiera lo usaba. Cuando entré a la universidad, ya no tenía a mi madre que me levantase todas las mañanas. Empecé a usar mi celular como despertador. No obstante, al poco tiempo se cumplieron los presagios acerca de la mala calidad de mi cel y éste dejó de sonar. Pero de nuevo no me importaba, con su vibrar me era más que suficiente.

Cada día que pasaba, mi celular perdía funciones, lo tuve que envolver prácticamente con cinta adhesiva para que no se desarmase cada vez que lo iba a usar. Mi papá, una vez más en su afán por adquirir toda tecnología, me compró un celular para mi cumpleaños número 19. Esta vez, tenía pantalla a color, podía sacar fotos, grabar videos y voz. Más que un celular era un juguete.

Cuando vi a esos niños apoyados de guata en el escaparate, sólo pienso que jamás en mis días de infancia me hubiese quedado atónita frente a tan minúsculos aparatos. Cuando era chica solo quería ser un Power Ranger (la amarilla, Triniti, obvio) y tener una espada de plástico transparente en cuyo interior había agua con escarcha. Lo más probable es que la gente mayor que escuchaba mis inocentes ambiciones, pensó lo mismo que yo pienso cuando veo a esos dos niños.

¿Para que diablos quiere un celular un niño?

La respuesta puede tener miles de aristas, pero todas van a converger en que para nada.

Sigo caminando y cuando ya he pensado bastante rato en los celulares, me doy cuenta que ya he llegado a casa. Da lo mismo, si los niños de hoy quieren o no quieren celulares, mis manos están dentro de mis guantes y yo he vuelto a ser feliz.

Friday, April 20, 2007

Reinaugurando

El caer en la cuenta que las cosas que debiste haber hecho hace mucho tiempo y no has hecho solo por falta de coraje o pajerismo, es encontrarse cara a cara con la persona que deberías estar siendo, y que no has sido, exclusivamente por no cruzar el río.
Es difícil darse cuenta que muchas de las cosas que cambiasen nunca lo harán, pero más duro es al final de cuentas quedarse con ese pensamiento y conformarse. Por más pequeño que sea el cambio, vale la pena salir del cascarón y arriesgarse a caminar por la cornisa sin miedo a caer al vacío, sólo con la seguridad que la única forma de no tropezar es con valor, ese que surge no de la cabeza ni del corazón, sino que de las entrañas.
Nada que de verdad valga la pena en la vida se consigue fácilmente, y aunque frases así se digan sin mucho esfuerzo y sólo con la habilidad de poder elaborar un par de frases, realizarse de esta premisa es algo que me está costando sangre, sudor y lagrimas. Cada día se erigen ante nuestros ojos diferentes posibilidades de la posibilidad de un Yo, ¿Cuál tomar? ¿Qué paso seguir? La respuesta nos cuesta la vida y muchas veces no terminamos de contestarla hasta que ya no nos queda nada que exhalar.


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