Un día no tan particular
Sólo cuando voy muy atrasada a la U (lo cual es casi siempre) me voy en colectivo (por lo que casi siempre pierdo muuuuuuucho dinero). El asunto es que un día no muy particular hasta ese momento me subí a uno. Lo primero que hice fue mirar al chofer, el cual era un señor de unos 60 y pico, pagué mi pasaje y para mi sorpresa me doy cuenta que dicho vejete iba escuchando un disco de Incubus. Fue como casi sospechoso que un hombre de su edad oyera ese tipo de música, la cual definitivamente no es de su época y que además se supiera la letra.
Horas más tardes, volvía hacia mi humilde hogar en el hermoso cerro Bellavista, luego de un extenuante día, en mi medio de transporte favorito: la micro. Como buena niña me senté en la primera fila (tal como Don Graff me ha enseñado), lugar desde el cual escuchaba perfectamente el dialogo que mantenía el chofer con un señor que iba sentado a su lado, en el asiento VIP.
El conductor y su amigo sostenían una de las conversaciones más interesantes (casi metafísica) que he escuchado en el último tiempo. Los comentarios de la dupla, me hacían mucho sentido y eran dignos de un cientista político o un economista. El “copiloto”, de camisa roja impecable, tez morena y pelo engominado, era un personaje digo de análisis. De su boca salían solamente palabras pronunciadas en un castellano perfecto, y eso que con suerte tenía 6 dientes. Dejaba al profesor Bandera chico y poseía un vocabulario que ya se lo quisiera mi profesor de redacción.
Los postulados de tan insignes hombres me tenían pasmada y a la vez, interesadisima, En eso se subió un viejo que, literalmente, se venía cayendo a pedazos. Vestido como los caballeros de antaño, con humita y bastón incluido. La momia ambulante, luego de un esfuerzo titánico, logró ascender, sentándose al lado mío. Siempre que veo a un anciano me da pena, por lo triste que es la vejez, vivir una vida solitaria y estar en un mundo que desconoces y que los desconoce. Crasso error el pensar así.
La imagen de pobre ancianito que ya tenía preconcebida en mi cabeza quedó por el piso cuando sonó un celular y mi nuevo acompañante sacó un teléfono celular que ya se lo quisiera el chico más top de Viña del Mar. Durante todo el trayecto, habrá recibido unas cinco llamadas y por lo que mis dotes de periodista me permitieron averiguar el vejete tenía una vida más activa que yo y que muchos de mi generación.
Al cabo de un rato, tanto el abuelito globalizado y yo, nos encontrábamos absortos con la conversación del micrero y su amigo. El estado de ensimismamiento sólo era interrumpido cuando el tatita me hacía algún comentario, los cuales eran bastante chistoso, lo que me logró sacar varias carcajadas. Dichos momentos eran aprovechados por el anciano para mirarme las pechugas, que si bien no son las más lindas de la región, de algo sirven.
En la plaza victoria el viejo califa se bajó yo seguí mi trayecto, y aunque me tenía que bajar sólo a pocas cuadras, reconozco que me quedé en la micro un rato más, únicamente para poder escuchar un ratito más al Libardo “chofer” Buitragro y al profesor Campusano del puerto.
El broche de oro para aquel día de emocionante viajes en medios de transporte lo puso un hombre regordete y moreno. Aquel sujeto era chofer y me conducía en horas de la noche hacía mi casa, luego de haber pasado a buscar a una amiga al plan. Pude admirar como el chofer se desenvolvía fluidamente en la lengua inglesa, mientras interrogaba a una gringa acerca de las bondades de nuestro país. Otro gran plop para mis impresiones anteriores acerca de los micreros.
No he vuelto a tener la oportunidad de conocer a sujetos como los de aquel no tan particular día vi. O quizás, simplemente, el futuro me traerá varios trayectos como los que tuve la suerte de presenciar. Tal vez, esas personas no son únicas en su clase y a mi sólo me falta viajar más.