colores transparentes

Monday, August 27, 2007

Maldito día de familia

Aquella tarde una sensación desagradable apretaba mi estomago. Los cuatros sentados en una mesa redonda mirando en cualquier dirección que no fuesen los ojos del otro era lo único que se nos ocurría hacer. Padre e hijos queriendo no serlos. El silencio, más que confirmarme que definitivamente no teníamos ni la más mínima intención de comunicarnos, me hacía querer no estar ahí y estoy segura que no era la única.

-Voy a pagar la cuenta- dijo el progenitor. Benditas palabras pensé, tan sencillas y sin ninguna relevancia en todos los problemas que nos mantenían en silencio, pero que aun así rompían con la hostilidad que nos transmitíamos sin tener que decirlo.

Mi papá paga la cuenta y caminamos hacia el auto. Esta enojado, furioso y preocupado. En verdad creo que si pudiera nos mataría a todos, acabaría con esa fuente de decepciones llamada paternidad y adoptaría nuevo hijos, pero esta vez los criaría a su manera, esta vez lo haría bien.

Llegamos a la casa del jefe de hogar, aquella que tenía solo para él. La pequeña pero acogedora construcción está en la ladera de un cerro. A su alrededor unos montículos de pasto eran acariciados por el sol. Me recuesto sobre el césped y ya nada me importa. Solo quiero sentir el calor del sol y rogar para que las horas avancen lo más rápido posible y ya no estar más en aquel silencio. En el interior de la casa todos discuten, se recriminan y se sacan en cara asuntos que ya no se sabe si en verdad ocurrieron o fueron producto de un sueño. El futuro, la plata, los hijos, la responsabilidad, el cumplir y el trabajo son aquellos tópicos por los cuales se levanta la voz, se empeñan palabras y se espera no dar nunca el brazo a torcer.

He cerrado mis oídos como un camello que se protege de la arena, los gritos ya no me llegan, y comienzo a buscar un verdadero silencio en mi, ese que no incomoda ni fruta, ese que es un carnaval mudo. Fumo un cigarro y después prendo un caño, mis músculos ya no están tensos y mi corazón cae en la cuenta que lo más difícil del mundo es amar a quien no escogiste.

El sol ya casi no existe y me doy cuenta que los gritos dejaron de serlo. Ya vendrán otras, pero por esta vez la pelea ha terminado. Entro en la casa y como si fuera una escena de una película estúpida con final feliz, aquellos que hace dos minutos se estaban deseando las penas del infierno ahora posan frente a una cámara digital. Al parecer, son tan pocas las veces que logran estar sin discutir que se hace preciso dejar un recuerdo.
En ningún momento quise tomar parte en la discusión, ya que nada de lo que se debatía había sido provocado por mi y no me incumbía. Ahora estaba todo bien y yo no lo podía entender. Me puse mis audífonos y subí todo el volumen. Antes no quería escuchar el silencio, ahora no me interesaban sus sonidos.


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